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Conjugando el verbo “hacer” – Entrevista a Marcia Barbosa

Conjugando el verbo “hacer” – Entrevista a Marcia Barbosa
Entrevista a Marcia Barbosapor Guadalupe Treibel

«Las tareas plenamente abstractas tradicionalmente han sido un club de varones. Una de las cosas que se valora en el campo es la tremenda agresividad, y las mujeres no han sido estimuladas para desarrollar esa cualidad. Desde lo más mínimo, como levantar la mano en una charla a pesar de estar totalmente equivocada. Parecería que no es propio de una mujer hacerlo, y para los científicos es parte del cotidiano. Pienso que esto ha ido apartando más y más a las mujeres de este medio. Pero la ciencia ha cambiado mucho y hoy es sumamente cooperativa, hay cientos de personas trabajando en conjunto.»

Tengo entendido que cuando elegiste estudiar Física, fue una pequeña revolución en tu familia…

– Más que una pequeña revolución, fue una gran decepción. Pero solo porque esperaban que alcanzase una vida confortable en una carrera más común, como Medicina o Ingeniería. Sin embargo, respetaron mi decisión. Yo era la primera generación en ir a la universidad. Vengo de una familia de clase baja, y estudiar era una cosa muy importante, la única manera de asegurarnos un futuro más tranquilo. De todas formas, aclaro que en mi casa nunca se hizo distinción de género; no se pensaba que hubiese profesiones más  o menos femeninas. Por eso, cuando elegí la Física, no sentí que estuviese haciendo algo fuera de lo habitual. Y luego llegó el primer día en la facultad y fue entrar a una clase de 40 estudiantes… donde solo cuatro éramos chicas. Después pasé a la maestría, al doctorado, y a cada paso percibía que la participación femenina continuaba decreciendo. Los profesores tenían la esperanza de que quienes se llevaran la fama en el futuro y ocupasen puestos de poder, fueran hombres. ¡No puedo explicarte la satisfacción que significa para mí que los marcados para ser laureados, hoy no lo sean! (risas).

¿Es cierto que quien despertó tu pasión por la ciencia fue tu padre?

– Sí, absolutamente. Mi papá es electricista militar y, cuando yo era muy chica, él hacía muchas cosas en la casa: arreglaba la parte eléctrica, cositas de ingeniería, cortaba árboles… Era una persona muy creativa. Pero, como todo buen militar, no sabía hacer nada solo y siempre llamaba a alguien para que lo asistiera. Generalmente a mi hermano mayor, pero como mi hermano tiene un temperamento muy distinto, más intelectual, respondía: “Ya voy, ya voy”, y nunca aparecía. Entonces aparecía yo y aprendía muchísimo; él me explicaba cómo funcionaba todo, sin decir jamás: “Marcia, no puedes saber porque eres una niña”. Así quedé prendida en el interés por entender cómo opera el mundo. Ya en la secundaria, tuve una oportunidad muy interesante: dejamos la base militar para vivir en la ciudad, cerca del colegio, porque mis padres consideraban fundamental que nosotros participáramos de la mayor cantidad de actividades escolares posibles. Y precisamente porque estábamos tan cerca, el director nos contrataba para distintas actividades: en mi caso, cuidar el laboratorio por las noches, preparando los requerimientos para las clases del día siguiente. Así es como pude hablar con docentes y hacer experimentos –dificilísimos- acerca de ondas y partículas, algo verdaderamente mágico.

Descubrir genera tal sensación de satisfacción que tuve que ser científica para continuar sintiendo aquel asombro.

Afinando el recorrido, ¿cómo acabás especializándote en hidrodinámica y fluidos complejos?

– Después de obtener mi PhD y como parte de mi posdoctorado, pasé dos años en el grupo de investigación de un profesor muy reconocido, Michael Fisher, de la Universidad de Maryland, en Estados Unidos. Allí vi que el problema más sofisticado era el de fluidos complejos y decidí involucrarme en esa área, a pesar de que varios me recomendaron no hacerlo porque “es un campo muy competitivo”. Recuerdo haber pensado: “Mejor. Voy a competir y la gente me va a respetar”. Fue una decisión muy importante de la que jamás me he arrepentido. Pienso que los latinoamericanos tenemos las ganas y el conocimiento; en ocasiones, trabajamos más -y con más alegría- que la gente del hemisferio norte, aún con menos recursos.

¿En qué momento el agua hace su llegada estelar a tus investigaciones?

– Yo comencé trabajando fluidos complejos con mezclas de agua, óleo y surfactante en una época en la que se buscaban soluciones para la recuperación de petróleo. Después, me involucré con proteínas y agua. Pero, en ambos casos, noté que el agua estaba muy mal descrita, que apenas era un promedio uniforme con una constante. De modo que decidí parar todo, estudiarla durante unos meses y volver a las mezclas con un agua mejor. Bueno, de esto ya van 15 años (risas)… Al principio, mi método era a través de modelos puramente matemáticos, haciendo cuentas a mano; y cuando me propuse explorar física computacional, de simulaciones por ordenador -porque la molécula del agua necesita mucha simetría-,

me dijeron que ya estaba grande para aprender. ¡Pero qué prejuicio! La gente le tiene mucho miedo al cambio; yo no. Yo busco nuevas maneras, no pierdo oportunidad de optimizar porque es una manera de gozar, de seguir aprendiendo.

En la charla TED que has dado recientemente, el goce es tangible. “¡Más claro, echale agua!”, usando una expresión popular que viene a cuento… 

(Risas) La charla TED fue una experiencia muy linda, que ha tenido muchas repercusiones. Francamente estoy impresionada. Tal es así que una empresa suiza acaba de contactarme para intentar hacer los filtros de nanotubos de carbono que propongo para filtrajes de agua salina.

Impresionante y, además, necesario. Como vos misma has declarado, “disponer de agua limpia va a ser un problema serio en el futuro, y quizás haya que buscarla en el océano”. Es curioso que siendo una de las sustancias químicas más estudiadas, resulte una de las menos comprendidas…  

– Sí. El problema mayor es que el agua tiene comportamientos muy diferentes a la mayoría de los líquidos, más de 70 anomalías que pueden analizarse con modelos microscópicos efectivos.

El hallazgo de una de esas anomalías, la difusión, te valió el prestigioso premio L’Oréal-UNESCO 2013, que ha reconocido la destacada labor de mujeres científicas desde 1998.

– Sí, y ha dado a nuestra tarea una enorme visibilidad. Descubrimos algo que, como mencionabas, se llama “difusión”, o sea, que la movilidad del agua aumenta cuando tienes más moléculas. En la simulación se ve muy claramente su baile: cuando es más densa, cuando es más compacta, sus moléculas se mueven a más velocidad. Como mencionaba en la charla TED, es una rareza: fíjate que, si hay más autos en la autopista, el tránsito es más lento; si hay más personas en el shopping, se mueven más lentamente. Con el agua, es al revés. Conseguimos demostrar que esto se debe a que el oxígeno y los dos hidrógenos que forman la molécula establecen ligaciones de hidrógeno con moléculas vecinas. Y que, por el mismo mecanismo de la difusión, circula rapidísimo cuando está confinada en nanotubos.

¿Cuáles son las aplicaciones posibles de este descubrimiento?

– Comprender el flujo del agua y los canales puede servir tanto para temas biológicos como para asuntos industriales. Además, ayuda a entender lo que ocurre debajo de la tierra; por ejemplo, su participación en la formación de terremotos. Es apasionante; tiene vastas aplicaciones. Por supuesto, yo me estoy concentrando en una sola. Ojalá otras personas se ocupen de otros aspectos ¡O yo viva muchísimos años!

A menudo reivindicás el trabajo con otras científicas, dando por tierra el viejo mito de que las mujeres no pueden hacer juntas. Incluso has declarado que una de las características que agradecés es la “facilidad de contacto” y “que, a veces, mediante su exploración de una amplia gama de posibilidades es más fácil la solución de un problema”… 

– Gusto muchísimo de trabajar con investigadoras, sea en Brasil o cada vez que viajo. Siempre intento hablar con mujeres interesadas en mi disciplina –incluidas las más jóvenes, que recién comienzan- porque pienso que es fundamental que compartamos nuestras experiencias en ciencia. Cimentar una relación es importante; crear una comunidad, una red. Sin más, hace un tiempo conocí a una científica del estado de Oregón en una conferencia de género de Boston e iniciamos una colaboración muy prolífica para aunar esfuerzos y conocimiento. Ella trabaja con óptica, mira interfaces del agua. Se pueden establecer contactos muy ricos que sirven de apoyo.

Hace más de 15 años que estás involucrada en el tema género, ciencia y tecnología. A punto tal que en 2009 ganaste la medalla Dwight Nicholson por tu compromiso con mujeres en Física.  

– Sí. Ocurrió que, en el año 2000, la Unión Internacional de Física Pura y Aplicada creó un grupo de trabajo para entender por qué la mayoría de las mujeres no se acercaba a la disciplina y, para ello, decidió invitar a varios países a participar; entre ellos, Brasil. Y yo fui parte. Hasta ese entonces, no tenía una colaboración real en discusiones de género, a pesar de mi interés y mi inquietud. Lo interesante del caso es que, siendo la más joven de los presentes, quedé como coordinadora. Y luego hicimos conferencias en todo el mundo, levantamos datos específicos, estadísticas, y advertimos que lamentablemente es un problema común en todos los países. Notamos, además, que, en las posiciones más altas de la carrera, la participación femenina baja, y baja tremendamente. El problema es que muchas veces se niega el tema al son de “No tenemos problemas mujeres”, “Si quieren trabajar en Física, que vengan”, etcétera; cuando, en realidad, hay una presión muy fuerte para que no se desempeñen en estos campos. Esto no solo es malo para las mujeres: es malo para la tecnología. La diversidad en investigación -tener mujeres, hombres, personas de diferentes partes del mundo, de distintas edades- ayuda a obtener resultados mejores. En un momento en el que hay problemas de agua, de desarrollo, con el medio ambiente, es necesario que se escuchen todas las propuestas, los puntos de vista frente a estos temas. En especial cuando las mujeres componen el 50% de la población… Por eso siempre intento acercarme a escuelas, dar conferencias, permitir que las niñas y jovencitas vean que una mujer en ciencia es una mujer… normal. El ejemplo normaliza la posibilidad, la hace tangible. Y contagia el entusiasmo, que es clave.

¿A qué crees que se deba la baja presencia femenina en la asignatura?

– Las tareas plenamente abstractas tradicionalmente han sido un club de varones. Una de las cosas que se valora en el campo es la tremenda agresividad, y las mujeres no han sido estimuladas para desarrollar esa cualidad. Desde lo más mínimo, como levantar la mano en una charla a pesar de estar totalmente equivocada. Parecería que no es propio de una mujer hacerlo, y para los científicos es parte del cotidiano. Pienso que esto ha ido apartando más y más a las mujeres de este medio. Pero…

la ciencia ha cambiado mucho y hoy es sumamente cooperativa, hay cientos de personas trabajando en conjunto. En este contexto, necesitamos mudar el perfil de cambio social y acentuar propuestas como la de GenderInSITE. Siempre digo: “si no haces nada, nada ocurre”. Precisamos que muchas naciones miren los problemas de género y propongan políticas para cambiarlos.

Noviembre, 2014

Entrevista realizada por Guadalupe Treibel