«Ser mujer científica tiene que ver con los retos, además del machismo y la discriminación de la vida cotidiana. Discriminación que, a veces, no es tan burda como negar el derecho al voto o una plaza en la universidad, pero que una aprende a reconocer si tiene consciencia de género».
Involucrada en tópicos de género, autora de más de 70 artículos y libros como Ser mujer científica o morir en el intento y especialista en “métodos numéricos de ecuaciones diferenciales con aplicaciones a la hidrodinámica, el cálculo de estructuras, etcétera”, Lilliam es la actual secretaria académica de la Academia de Ciencias de Cuba. Es también miembro de mérito de la citada institución y miembro de la Academia de Ciencias del Caribe y de la Academia Mundial de Ciencias para el Mundo en Desarrollo (TWAS). Como si fuera poco, la activa doña participa como Punto focal por Cuba y como Co-Chair del Programa de Mujeres en la Ciencia de la Red Inter-Americana de Academia de Ciencias, IANAS, e integra el Comité Regional de América Latina y Caribe del Consejo Internacional para las Ciencias (ICSU).
Además, es abuela, madre y esposa. Y ha ocupado cargos de dirección (“puestos de poder”, aclara) como Vicedirectora del Instituto de Cibernética, Matemática y Física, como Directora de Ciencias del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, por mencionar unas pocas líneas de un nutrido currículum. CV que indica su manejo del ruso, el inglés y el portugués, aunque en su castellano natal converse sobre la situación de la mujer sobre su área de expertise, la necesidad de acercar el lenguaje a todos y la importancia de que existan proyectos como GenderInSITE, donde integra el grupo consultor. Más y más, a continuación…
¿Qué te atrajo inicialmente de la Física y la Matemática?
– De la Física, que siempre sea un reto a la mente, la asignatura más difícil -que mis compañeros de bachillerato no entendían y que yo les explicaba-. Recuerdo que, por esa época, leí la biografía de Marie Curie y soñaba con ser como ella: ¡trabajar en un laboratorio! Entonces estudié la licenciatura en la Universidad de La Habana y me gradué en 1971; aunque admito que -en tercer año- me di cuenta de que me gustaba más la Matemática. Pero –como niña buena que era- ya me quedé hasta el final. Entonces hice una maestría en Física Nuclear y un doctorado en Física-Matemática en el ’89 en la ex Unión Soviética.
Ha de ser difícil no dejarse flechar por la Matemática, con esa musicalidad…
– Es bellísima, y se parece mucho a la filosofía. Es la abstracción, la teoría y la elegancia del formalismo. Ambas incluso coinciden en su beneficio social, que es beneficio cultural. Porque no se puede esperar que te de un microchip o una tablet; son sus aplicaciones las que luego se traducen en un producto. En la Física, en cambio, tú observas el fenómeno, sea el sol, la luna, una galaxia o una micropartícula.
De todas maneras, están íntimamente interconectadas; ambas comparten lenguaje. Y, a la vez, tienen relación con el arte. El filósofo Gottfried Leibniz describía la música como “un ejercicio inconsciente de la aritmética”…
– Pues, el diapasón te da distintos sonidos, ondas acústicas; o sea, es Física y es Matemática. Qué bueno que lo menciones, porque no es habitual que se vinculen con la expresión artística y, sin embargo, sí que existe una relación. Fíjate que no puedes pintar un cuadro si no sabes combinar los colores, si no sabes de geometría para dar profundidad a tu obra. ¿Has visto la preciosura de los patrones de los diseños arábigos del arte islámico? También es geometría. Luego, Pitágoras está en todas partes: seguramente estés viendo ahora mismo ángulos rectos en paredes, ventanas, mesas; bueno, eso es Matemática.
¿Cómo recordás tu paso por la exURSS?
– Muy complicada. En principio, porque estudié ruso aquí en Cuba y, aunque sacaba buenas notas, hacía mis composiciones y leía el idioma, fue arribar y darme cuenta que ¡no entendía lo que me decían! También el choque climático fue fuerte, llegar a Moscú de noche con 10 grados bajo cero y sin cultura de cómo abrigarme. Y el choque cultural: la comida, la música, la organización de los mercados para hacer las compras… Siempre digo que los domingos eran días de ir a sentarme a los bancos de los jardines del Kremlin a llorar. Porque era muy difícil estar lejos de mi país, de mis amigos, de mis niños. Al final, ya no; solo al comienzo, hasta acostumbrarme. Y allí presenté mi tesis, en medio de la Perestroika, la Glásnost, Gorbachov…
A través de papers, conferencias y proyectos, a menudo resaltás la necesidad de que la ciudadanía común esté pertrechada de conocimientos científicos básicos. Parece una manera de subrayar que no son saberes de elite.
– Yo crecí en la vocación de que todo aquel que quiera estudiar, teniendo constancia y disciplina, pueda acceder a la educación. Primero, la igualdad de oportunidades para estudiar. Después, el pensamiento de que un ciudadano se desarrolla mejor y participa mejor en sociedad democrática, siempre que sea más culto. Y la cultura incluye las dos aristas: artes y ciencias. Porque cualquier persona medianamente culta debe interesarse tanto por Mozart o La Mona Lisa como por la teoría del Big Bang, los transgénicos o las células madre para desenvolverse mejor en el siglo 21, estar mejor preparado, ser más competitivo. Para que ello ocurra,
científicos y comunicadores necesitamos hacer una cruzada para cambiar el mundo y transformar una realidad dominada por música banal y noticias banales que aparecen en los medios, poniendo la ciencia en la prensa, los periódicos, la televisión. Siempre en lenguaje accesible, para que todos entiendan. Como decía José Martí, “poner la ciencia en lengua diaria: he ahí un gran bien que pocos hacen”.
En esa línea, sumo cita de Da Vinci: “La ciencia más útil es aquella cuyo fruto es el más comunicable”… Respecto a la cuestión de género, ¿en qué momento comenzás a involucrarte en el tema?
– Llegué al tema hace ya 20 años, a partir de cuestionarme porqué había tan pocas mujeres físicas y matemáticas, no solo en mi país sino en el mundo. Lo he observado en Rusia, en América Latina, incluso en Europa Occidental. Buscando indicadores, la presencia en estas áreas siempre es baja: de 50 alumnos matriculados, solo 5 son mujeres; y al avanzar en sus carreras, hay un abandono que baja aún más los porcentajes respecto a las matrículas iniciales. Después, al continuar haciendo maestrías y doctorados y tratar de ascender, también se observa lo que las especialistas de género llaman “el efecto tijera”, donde la punta que está hacia arriba es la recta por donde crecen los hombres en sus profesiones como científicos, y la punta que está dirigida hacia abajo representa a las mujeres. La curva baja femenina evidencia que las mujeres no crecen como profesoras en universidades, como científicas en los centros de investigación. Se quedan atadas a la casa, a los hijos, a su familia; y las que sí lo logran, lo logran con más edad. Si un hombre termina un doctorado a los 30 años, la mujer lo hace a los 36, a los 37. Yo misma lo finiquité a los 39 años, después de que había tenido dos hijos. De todas formas, hay que resaltar que todos los procesos que se vivieron en los últimos 50 años han promovido una verdadera presencia de las mujeres en América Latina, donde el promedio de mujeres en sistemas de ciencia, tecnología e innovación en general es del 47%. No ocurre cosa similar en India (10%) o Japón (también, 10%), con culturas más machistas. Cuba, en cambio, cuenta con un 63% sumando científicas, profesoras que investigan, técnicas en trabajos de laboratorio, ingenieras para la ciencia o, por ejemplo, médicas. Pienso que, aunque la Revolución Cubana no traía perspectiva de género (en esos años ni se hablaba del tema), sí traía el ideal del socialismo: la utopía de la inclusión social de todos los ciudadanos para el desarrollo económico y social del país.
Un pilar importante en tu accionar como promotora de género, ciencia y tecnología ha sido la recuperación biográfica de científicas cubanas…
– Pues, sí. No solo en Cuba sino en el mundo, las mujeres de ciencia han sido invisibles; o más bien, invisibilizadas por el mundo patriarcal. Tal es el caso de, por ejemplo, la astrónoma Caroline Herschel, hermana de William Herschel, el hombre que descubrió la nebulosa de Andrómeda. Ella era la encargada de anotar las coordenadas donde él apuntaba el telescopio; era quien llevaba los registros, hacía el trabajo “negro” ¿Pero a quién se acreditó el descubrimiento? Al varón. Sin la base que proveyeron muchas mujeres, sin el trabajo conjunto, muchos hallazgos no hubieran sido posibles. Son numerosísimos los casos, incluso de premios Nobel. A Otto Hahn se lo otorgan por la fisión nuclear, pero él trabajó con Lise Meitner, que había hecho los cálculos y la hipótesis, y que no fue tenida en cuenta aunque mereciese el galardón. Lo mismo Rosalind Franklin, que fue quien observó, a través de placas, la estructura de doble hélice del ADN; sin embargo, los laureles fueron para Watson y Crick…
Sería fundamental evidenciar que, de Hipatia de Alejandría a la fecha, hubo mujeres haciendo ciencia…
– Exacto, ese es el tema. Por eso, hemos estado indagando y sacando a los primeros planos a cubanas que han hecho significativos aportes a la ciencia. Como la vacuna de la meningitis, única en el mundo, producida por Concepción Campa Huergo, que es miembro de nuestra Academia. O María Guadalupe Guzmán, gran experta en dengue, con publicaciones en revistas de gran prestigio como Nature. O Rosa María Más Ferreiro, autora del PPG, que combate el colesterol, mejora la circulación, y tiene efectos “viagra”. Es importante, además, ubicar en un contexto: son logros alcanzados en un país subdesarrollado (y no “en vías de desarrollo”, como nos han hecho creer), de Tercer Mundo, con condiciones económicas duras, bajos salarios, pocas opciones de comida pre-elaborada… Así y todo, hacemos buena ciencia y, por eso, tenemos doble mérito.
¿De allí el título de tu libro Ser mujer científica o morir en el intento?
– Ser mujer científica… tiene que ver con los retos, además del machismo y la discriminación de la vida cotidiana. Discriminación que, a veces, no es tan burda como negar el derecho al voto o una plaza en la universidad, pero que una aprende a reconocer si tiene consciencia de género. En lo personal, puedo contarte un caso: un colega que dijo “Lidia no puede ocupar otros cargos de dirección porque ella es muy dulce”. Algo que, en apariencia, puede parecer un elogio, es la perpetuación de un estereotipo dañino; porque, en realidad, está diciendo: “la mujer no tiene carácter, no puede ocupar un cargo central”. Entonces, hay que estar atentas, ofrecer nuestro tiempo, nuestro compromiso; lo necesario para seguir avanzando. Por eso acepto gustosa participar de proyectos como GenderInSITE. Porque, de lo contrario, estamos en riesgo de retroceder.
Hay que llamar la atención y mostrarnos como modelos de rol, tratar de que las niñas que vengan detrás de nosotras sigan carreras de ciencia. Esa es la meta: crecer en masa crítica.
¿Cómo sugerirías atraer a las chicas a las ciencias duras?
– Como ya lo estamos haciendo: con un grupo llamado “Promoción de la Ciencia”, de la Academia de Ciencias de Cuba, vamos a escuelas para explicarle a los niños y niñas que no son asignaturas difíciles, que son bellas, que son útiles, que les permiten viajar, ir a congresos, ver otras culturas, que tienen su afán de aventura. Y que así se lo hagan llegar a sus familias, que –por otra parte- ejercen presión social para que sean médicos, no matemáticos; así también se pierde mucho talento. Además vamos a medios de comunicación para multiplicar la audiencia y explicar por qué traen tantas satisfacciones.