«La ciencia no puede operar sola. Y en este nuevo contrato entre Ciencia, Política y Sociedad de Integración, las mujeres tienen mucho por dar. Lo cual no significa que no tengamos que hacer investigación básica y fundamental; para nada. Significa, en cambio, que tiene que realizarse desde esta perspectiva, desde este abordaje inter, trans y multidisciplinario».
¿Cómo surge tu interés por estudiar una especialidad científica como Ingeniería Forestal?
– Para mí, la ciencia siempre fue un área de sumo interés, desde el tiempo en que era pequeña. En principio porque la investigación científica está íntimamente ligada a la curiosidad; entonces, seguir una carrera en esta área era afín a esa avidez. Además, haciendo memoria, diría que mis profesoras del secundario (una en Química, otra en Física) me dejaron una impresión buena, duradera: no solo lograron interesarme en la Ingeniería Química -a la que inicialmente quería dedicarme-, también fueron modelos de científicas que mostraban un universo amplio y daban por tierra la idea de que ciertas asignaturas no eran para mujeres. Por otra parte, ocurrió que, cuando tenía 13 años, mi país consiguió su independencia, y campos como la Agronomía y la Agricultura comenzaron a ser prioritarios. De allí que, al iniciar al poco tiempo la universidad, me volcase hacia la Ingeniería Forestal, carrera que me permitió combinar en forma ideal las necesidades de Mozambique de ciertos cuadros superiores y mi afinidad por un área de investigación con base en Química.
Habrá de haber sido sumamente movilizante presenciar –y ser parte- de un momento histórico como el vivido en tu tierra natal tras los acuerdos de Lusaka firmados entre Portugal y el Frente de Liberación de Mozambique, a fines del ’74…
– Muy movilizante. Sólo imaginate lo que es tener, con 13 años, una noción propia de país y de pueblo, compartida por los mozambiqueños… En aquel momento, nos encontramos con muchos problemas; por ejemplo, un gran número de adultos con altos niveles de analfabetismo. Y un reto mayor: el haber perdido cantidad de maestros, en tanto los profesores eran mayoritariamente portugueses. Entonces hubo muchos cambios en el sistema de educación, y estuvo la necesidad de hacer escuelas, asistidas por estudiantes de distintas provincias. Así, en unidad, tuve la oportunidad de estudiar con colegas -hoy amigos- que llegaban de todo el país; porque la juventud estaba muy movilizada para apoyar los programas y el cambio. Queríamos ser los hombres y mujeres de una Mozambique independiente. Fue una época que me marcó mucho; de hecho, soy la que soy por haber tenido la suerte de vivir en mi país y estar presente durante ese momento crucial. Un momento inspirador, donde los valores de humanidad, de integración, de reivindicación del papel de la mujer fueron sumamente importantes en el proceso. Es una época que siempre recuerdo con mucho entusiasmo, y con mucha responsabilidad, por ser parte de la generación que creció y se formó en esa Mozambique independiente.
Recientemente leía cifras que señalaban a Mozambique como la nación de África subsahariana que crece más rápido sin depender del petróleo. Según el Banco Mundial, en las últimas dos décadas ha registrado una tasa de crecimiento anual de aproximadamente el 7,2 %.
– Sí, en las últimas décadas, el país ha conseguido mantener un crecimiento económico bueno. De todas formas, aún tenemos retos importantes: las desigualdades sociales, la pobreza, la educación de calidad… Hay una preocupación y un debate fuerte sobre cómo alcanzar y acentuar un desarrollo sostenible que sea inclusivo, que garantice que todos los mozambiqueños tengan la oportunidad de contribuir y participar de dicho proceso.
La búsqueda de modelos de desarrollo sostenibles -no solo desde un punto de vista económico sino también social y ecológico- es un gran desafío. Y no solo para los gobiernos, sino para la sociedad y las universidades de la región.
¿Cómo recordás tu experiencia como ministra de Educación Superior, Ciencia y Tecnología? Fuiste la primera en ocupar dicho cargo, inaugurando ese departamento de Mozambique ¿Sentías la adrenalina del “todo por hacer”?
– (Risas) Claro que recuerdo esa adrenalina… Y la época; cinco años (de 2000 a 2005) de mucho trabajo. Fue un período de aprendizaje individual y colectivo a partir de éxitos y fracasos, en el que tuve la suerte de estar acompañada por un equipo de sueño -excelente, joven, activo- y de tener un apoyo político de alto nivel. Fue de vital importancia para el desarrollo del país la decisión del presidente Joaquim Alberto Chissano de tener sistemas nacionales de tecnología e innovación, de garantizar la educación superior y la investigación universitaria; elección realmente alineada con las necesidades nacionales. Hoy día, es muy gratificante ver cómo muchos de los programas que iniciamos -las ferias de ciencias anuales, la creación del Fondo Nacional de Investigación, entre otros- permanecen y se han vuelto más fuertes, habiendo tenido un crecimiento increíble en, por ejemplo, el número y la cualidad de los graduados. Entonces, sí: años excepcionales, de mucha adrenalina, con la posibilidad de hacer cosas interesantes, y con una comprensión y aval regional e internacional muy importante para nosotros. Nos inspiramos en diferentes países; analizamos distintos modelos, especialmente de América Latina… Por otra parte, tener a la educación superior en el mismo organismo nacional donde se tiene a la Ciencia y a la Tecnología fue bárbaro, un surgimiento interesante de articulación e integración de políticas. Porque, en países como los nuestros, la investigación científica y el desarrollo tecnológico están íntimamente vinculados a las universidades, donde reside la mayor parte de los y las investigadores/as.
Hace unos años, mencionabas que extrañabas el bosque ¿Te acostumbraste a no tener la posibilidad de visitarlo muy a menudo?
– (Risas) Claro que lo extraño. Mi carrera no sólo era el bosque; era todo aquello que tuviese que ver con la convivencia Humanidad-Naturaleza. Pero, por más investigadora que sea, el bosque siempre ha sido para mí un momento personal de reflexión, de conexión directa con lo natural. Por eso, cada vez que tengo la posibilidad de visitar una reserva de biosfera, la tomo; me encanta porque me conecta un poquito con mi vida anterior. Luego, me mantengo muy contactada con las redes científicas de trabajo vinculadas a mi formación y, de tanto en tanto, se presenta la chance de participar de congresos o conferencias asociadas al área forestal, que es como estar de regreso en casa. Además de mantenerme actualizada en un campo que cambia constante y tremendamente, por supuesto.
El bosque como refugio, como experiencia iniciática, como misterio, como magia… En resumen: como figura que ha nutrido poesía y literatura desde el comienzo de los tiempos. Emily Dickinson sería un buen ejemplo…
– En Mozambique, tienes muchos bosques que son sagrados, ¿sabes? De allí que la conexión cultural, espiritual, sea tan interesante y, de alguna manera, te alimente. Además, por el proceso de conservación, de poca interferencia, son realmente espectaculares. Es algo que se protege, una manera de mantener intactos los recursos naturales que son fundamentales para las comunidades que cuidan de ellos.
Última sobre este tema: ¿es cierto que tus dos hijas prefieren la playa y te mantienen más alejada del bosque de lo que te gustaría?
– (Risas) No exactamente, porque resulta que a mí me gustan las dos cosas. Después de todo, nací en una isla pequeña… Y, viviendo ahora en Montevideo, Uruguay me permite combinar mi gusto por ambos. Aunque combinar ambos al mismo tiempo, es para mí el escenario perfecto, ideal.
Lidia, acorde a recientes estadísticas de la UNESCO, el 45% de investigadores en América Latina y el Caribe son mujeres, el porcentaje más alto del mundo. Empero, la mayor parte de dichas investigadoras se concentra en Ciencias Sociales; mientras los papers de más peso siguen siendo de autoría masculina. Si bien la cifra es optimista, no está exenta de problemas…
– Absolutamente; es una buena lectura de los números. Porque aun cuando es una cifra a celebrar, un análisis posterior demuestra que las Ciencias Sociales o Humanas siguen concentrando más mujeres que las Ingenierías o Ciencias Naturales. Entonces, el desafío es lograr que los porcentajes se reflejen en otros campos de estudio, porque precisamos de hombres y mujeres en todas las áreas. También hay que considerar que estos números tampoco hablan de la gobernanza femenina en las posiciones de toma de decisión; algo que tanto en América Latina como en otras partes del mundo, sigue siendo reducido. Y si la población es mitad y mitad, la gobernanza debería corresponderse en esos términos. El hecho de que no tengamos tantas mujeres en cargos de liderazgo académico científico es una verdad global, y es necesario garantizar que haya políticas y espacios que reflexionen acerca del “por qué no”. ¿Es por estereotipos? ¿Por la forma en que están estructuradas las carreras? ¿Por qué no? En resumen, el 45 % es inspirador, pero no es suficiente.
¿Qué políticas deberían implementarse para involucrar a más mujeres en Ingenierías, Física, Matemáticas…? ¿En qué puntos habría que hacer hincapié?
– Es una cuestión multidimensional que involucra el esfuerzo de muchas áreas. Como decía al inicio, es fundamental tener profesoras de Ciencias que sean mujeres e incentiven a niñas y jóvenes a seguir estas especialidades, dando por tierra el estereotipo de que no son carreras femeninas. El sistema educativo no siempre tiene profesionales con la preparación adecuada para estimular a las chicas a pensar estos estudios como viables. Y precisamos de modelos que puedan servir de inspiración y cuenten que la vida de la investigadora es una vida increíble. Recuerdo que en mi facultad apenas un 2% de los estudiantes eran mujeres; entonces hubo un trabajo fuerte de científicas y profesionales hablando con jóvenes, explicándoles de qué trataba su trabajo, mostrándoles que era posible ser mujer y dedicarse a estos ámbitos. Gracias a ese programa, en apenas un año se pasó del 2% al 8%… Entonces, sí pienso que las cosas están cambiando, tanto en la Ciencia como en la política. Y hay mujeres en áreas académicas con excelente reputación e irrefutable capacidad. En el mundo, tienes ministras (incluso de Tecnología), tienes presidentas de universidades, tienes directoras de grandes centros de investigación, tienes mujeres en grandes empresas tecnológicas… O sea: las mujeres estamos caminando. Quizá paso a paso, necesitando acelerar un poco la marcha, pero caminamos al fin. De todas formas, resulta fundamental subrayar:
el desafío hoy es atraer tanto a muchachas como muchachos a las carreras científicas, porque estamos viendo una baja en Ciencias en general en el mundo, y en particular en esta región. Y es una preocupación grande porque, para el desarrollo sostenido, hay que tener capital humano femenino y masculino capaz de –conjuntamente y en sociedad- encontrar soluciones a los problemas globales.
¿Las bajas son inquietantes?
– Ejemplifico con el caso de Brasil: fíjate que si el país quiere continuar desarrollándose en forma sostenible, no le alcanza la cantidad de estudiantes de Ingeniería para lograrlo… Otros lugares como Etiopía, con programas y becas especiales bastante exitosas, han atraído jóvenes a estas áreas cruciales; China también tiene sus mecanismos. Algo está en marcha, en movimiento, pero se necesita hacer más para garantizar igual entrada en todas las áreas. Pero, una vez más: son cuestiones multidimensionales. Es un conjunto de circunstancias las que logran estos cambios.
Dada la situación actual (cambios climáticos, crisis ambiental, urgencia de sustentabilidad, etcétera), ante la cual se requiere plantear nuevas respuestas, ¿no sería beneficioso incorporar la perspectiva de género para poner todo el potencial humano al servicio de los retos globales?
– Sin duda. La Ciencia tiene que tener un compromiso con la sociedad para, de alguna manera, ser capaz de traer soluciones a los problemas globales -que son muchos, son complejos y están interconectados-. Por eso hoy se habla tanto de la necesidad de hacer un convenio: el codiseño de las cuestiones científicas y la coconducción del conocimiento, que permitan alcanzar soluciones para estos desafíos. En ese sentido, es fundamental que el 51% femenino esté presente; no solo por una cuestión de equidad sino porque es imperativo no desperdiciar capital humano. No podemos darnos ese lujo.
Poner toda la inteligencia humana al servicio de la humanidad es un tema de inteligencia, de supervivencia, de estrategia frente a la necesidad de encontrar caminos más sustentables.
Hace unos años, en la conferencia Planet Under Pressure, hablabas de la necesidad de accionar con rapidez frente a las amenazas apremiantes que recaen sobre el agua, la comida, la biodiversidad… Decías que es “un momento para hacer historia”.
– Lo es. “Hacer historia” es un mensaje de urgencia y de responsabilidad, pero también de potencial; porque efectivamente podemos lograrlo. Nunca entendimos tan bien la interdependencia, la interconectividad; y tenemos a nuestra disposición una capacidad científica global verdaderamente habilitada para encontrar soluciones. De encontrarlas conjuntamente, con la sociedad toda, con los gobiernos, con los estados, con los privados… La Ciencia provee la comprensión de cómo el planeta está interligado, y de cuán dependientes son los servicios ecológicos.
Así como un enfoque multi, trans e interdisciplinario ayuda a derribar prejuicios relacionados a las Ciencias al fortalecer el vínculo entre disciplinas, ¿podría ayudar además a desbaratar prejuicios sexistas?
– Totalmente. En principio, porque las mujeres tienen una mayor capacidad de pensar espacios e interconectarlos desde diferentes saberes, diferentes abordajes. Recordemos que no estamos respondiendo interrogantes científicos para avanzar en las fronteras del conocimiento: estamos poniendo adelante las cuestiones científicas que tienen por objetivo apoyar a la toma de decisiones para el desarrollo sostenible. Entonces, la Ciencia no puede operar sola. Y en este nuevo contrato entre Ciencia, Política y Sociedad de Integración, las mujeres tienen mucho por dar. Lo cual no significa que no tengamos que hacer investigación básica y fundamental; para nada. Significa, en cambio, que tiene que realizarse desde esta perspectiva, desde este abordaje inter, trans y multidisciplinario. Algo que, dicho sea de paso, ya está ocurriendo. De hecho, es muy interesante ver cómo las nuevas ciencias se cruzan con las ciencias más tradicionales, cómo nuevos rasgos florecen en los cruzamientos, cómo traen una integración natural en sus métodos de investigación…
El nuevo ADN para la sostenibilidad global, has dicho en cierta ocasión, ha de ser “una triple hélice que incluya los factores ambientales, económicos y sociales”. Un figura simbólica muy precisa y a tono con la temática…
– Sin lugar a dudas, esa es la idea: incorporar las tres líneas principales.
A modo de balance, ¿ve un futuro promisorio para las mujeres en Ciencia?
– Bueno, soy una persona positiva. Y, en ocasiones, una actitud positiva mueve montañas… Además, hay pasos que están siendo dados, políticas que están siendo implementadas. El tema está sobre la mesa, presente en los debates regionales e internacionales. Por mérito propio y propia capacidad, las científicas están ganando espacios, y se están introduciendo modificaciones en la educación superior. El cambio está aconteciendo. Mi preocupación, en todo caso, es acelerar estos procesos. Porque, como decía antes, no te puedes dar el lujo de no involucrar a una parte tan grande de la sociedad. Hay que hacer más, y más rápido. Necesitamos al 100% de la población involucrada.