«Los estudios demuestran que, en países con innovación científico-educativa, las mujeres se interesan más por estas áreas, se sienten más cómodas dado que el campo no está tan masculinizado y se relacionan mejor con un enfoque multidisciplinario».
¿Sale una nueva Barbie ingeniera que solita no puede y, para concretar una tarea, pide ayuda a tres varones? La alarma correspondiente se enciende. ¿Mujeres especialistas en informática levantan críticas contra la industria sexista de los videojuegos y sufren vicioso bullying en Estados Unidos? GB desmonta prolijamente el desdichado Gamegate. ¿La serie sensación The Big Bang Theory reproduce estereotipos perniciosos? Otra alerta, desde luego a la orden del día. “Claro que han habido grandes avances en Ciencia y Tecnología en materia de género, pero de ninguna manera estamos inmunizados ante la posibilidad de un retroceso, de un backlash. En especial cuando se tocan resortes de poder tan grandes porque nadie cede sus privilegios tan fácilmente. Puede parecer elemental, pero no se señala lo suficiente”, atina esta psicóloga, activista e investigadora argentina.
Creadora del mítico Centro de Estudios de la Mujer (CEM) a fines de los 70s y del posgrado en Especialización y Estudios de la Mujer en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, sus insignias hablan por sí solas, ubicándola en lugar destacado en la materia que le compete. Dirige el Área Género, Sociedad y Políticas de FLACSO; coordina la Cátedra Regional UNESCO “Mujeres, Ciencia y Tecnología”; entre otras cuestiones. Cuestiones como haber sido nombrada coordinadora del Grupo de Trabajo Internacional Mujeres y TIC por Naciones Unidas. O, como bonus track significativo, ser una de las 60 mujeres del mundo en representar las voces y aspiraciones de la UNESCO, acorde a la propia institución en su minucioso recuento.
Desde este año lidera el programa GenderInSITE en América Latina y el Caribe, buscando influenciar políticas -y hacedores de políticas- en la necesidad de contagiar principios igualitarios en innovación, ciencia, ingeniería… Bonder -la aficionada al jazz, al teatro, pero, por sobre todo, una apasionada defensora del cambio social genuino- ahonda en los nuevos interrogantes que presenta el tercer milenio.
¿Cómo describirías la situación de las mujeres en las llamadas ciencias duras en Argentina y América Latina?
– La situación no es igual en todas las disciplinas, no se puede hablar de un paquete homogéneo. En Biología, por ejemplo, su presencia es predominante, a diferencia de Física, Informática o algunas ramas de Ingeniería, donde continúa siendo minoritaria. En Matemática, mientras tanto, varones y mujeres están prácticamente (al menos en Argentina). De todas formas, históricamente se ha orientado a las mujeres para que se interesen por carreras vinculadas a las Humanidades, las Ciencias Sociales y también artísticas. De modo que el avance, aunque progresivo, ha sido mucha más lento que el de los hombres. Entonces la tendencia es al incremento en estos campos, razón por la cual la famosa pregunta “¿Por qué tan pocas?” ya ha encontrado explicaciones. Las más conocidas, de corte sociocultural: por los sesgos durante la socialización, tanto en la familia como en la escuela;por los estereotipos asociados a estas disciplinas; por las imágenes públicas de las mismas; entre otras razones.
¿De allí tu propuesta por cambiar el eje de atención y comenzar a indagar en quienes sí optan por estos campos de estudio?
– Exacto, porque ello nos permite analizar otros aspectos fundamentales, asociados a la manera en que se enseña y se aprende Ciencia y Tecnología. La pedagogía convencional ha contribuido a la representación tradicional: que son carreras muy difíciles, muy cerradas, muy elitistas, donde prevalece la meritocracia, y se requiere una inteligencia superior, … Esa es la concepción que necesitamos modificar. Luego, está otro punto central: quiénes son las mujeres que las eligen, por qué lo hacen, cuáles son sus motivaciones, cómo son sus trayectorias educativas y profesionales en relación a las de los varones, cuáles son los obstáculos que deben sortear, cómo los resuelven, cómo se va conformando su identidad de científicas…
¿Modelos concretos que ayuden a buscar más y mejores alternativas o propuestas para profundizar al cambio?
– Tal cual. Si pensamos qué ocurre con las que sí y qué lecciones podemos sacar de ellas, podemos generar alternativas en, por ejemplo, la forma de enseñar. En especial porque los estudios demuestran que, en países con innovación científico-educativa, las mujeres se interesan más por estas áreas, se sienten más cómodas dado que el campo no está tan masculinizado y se relacionan mejor con un enfoque multidisciplinario que enfatiza el vínculo con lo social. Porque generalmente a las muchachas les importan los usos, la contribución para mejorar la calidad de vida; lo cual, dicho sea de paso, no quiere decir que solo hagan ciencia aplicada. La tendencia también demuestra que se preocupan por los riesgos que pueden traer aparejados determinados descubrimientos. Es decir, las dos caras de la ecuación: contribución al bienestar y prevención de los riesgos.
A partir de ese dato, parece imposible refutar que la diversidad ofrece beneficios concretos…
– Absolutamente. Pero para que irrumpa en la Ciencia, la Ciencia tiene que mostrarse más abierta a la diversidad de saberes.
En más de una ocasión has subrayado la importancia de no caer en perfiles exitistas, incluso de mujeres científicas. ¿Sería una táctica para bajar a quienes habitan la ya mencionada torre de perfil o una estrategia para democratizar las disciplinas?
– Como decía antes, la carrera científica está estructurada de manera meritocrática. La propia palabra “carrera” así lo indica, y no falta quien hable de “sortear obstáculos para llegar a la meta”. Esa ya es una representación que connota rasgos exitistas, competitivos e individualistas del trayecto profesional. Y si bien tal paradigma comienza a resquebrajarse, hay que empujar el cambio en los y las jóvenes. En principio, porque muchas chicas optan por otros ambientes para evitar sufrir el citado clima institucional, tanto laboral como educativo. Luego, para romper con el modelo -negativo- de mujer heroína, pionera y solitaria que pudo sobreponerse a todo. Porque ese modelo -encarnado en algunas científicas- retroalimenta el estereotipo al plantear que las que no se acercan a las Ciencias es porque no se animan o no tienen la capacidad necesaria. En ese sentido, no quisiera omitir el tema que me resulta más fascinante: los aportes que los estudios de género han hecho a (1) la epistemología de la Ciencia y (2) al análisis crítico de la investigación científica. El primero se liga a los cuestionamientos de los paradigmas positivistas, la idea que la Ciencia está exenta de valores e influencias culturales y subjetivas. El segundo ha permitido demostrar los sesgos de tantísimas investigaciones, no representativas de la diversidad. Un ejemplo evidente en biomedicina es el de las enfermedades cardiovasculares. Probados los casos en hombres, luego se generalizaron los resultados, volviendo a las conclusiones incorrectas y riesgosas para la salud de las mujeres. Lo mismo ocurre a la inversa: hasta hace poco, los estudios en osteoporosis se hacían exclusivamente en mujeres, bajo el supuesto de que los varones no sufrían la enfermedad. Ya en el campo de la Tecnología, otro ejemplo: las pruebas de accidentes viales con dummies (muñecos) no contemplan la imagen de las embarazadas; razón por la cual, aun cuando se dispara el airbag en choques, hay altas chances de muerte fetal.
Respecto a la perspectiva no-exitista de la que hablábamos previamente, otro pilar importante de tu trabajo -que demuestra un gran interés revisionista con lentes de género- ha sido evidenciar que Marie Curie no fue la única científica de los últimos siglos.
– Considero que hacer visibles los aportes de las mujeres en la historia de la ciencia es un compromiso científico y, al mismo tiempo, ético. En especial porque la invisibilidad aún persiste. Hay muchas olvidadas o no reconocidas plenamente, en especial las latinoamericanas. En términos generales, la historia de las mujeres todavía es un proceso en construcción a nivel global. Empero, la visibilidad necesita complementarse con algo más: fomentar la creación de grupos o redes de científicas, que -por otra parte- han existido históricamente. Porque, por ejemplo, no solo Ada Lovelace fue la primera programadora hacia el 1800; también habría que mencionar al grupo de muchachas que creó el ENIAC, la primera computadora de propósitos generales del mundo a mediados del siglo XX.
Has desempeñado cargos como investigadora y consultora de organismos e instituciones clave como UNESCO o Naciones Unidas en materia de Ciencia y Tecnología ¿Cuándo surgió tu interés por este campo?
– Hace ya dos décadas. De todas formas, diría que el tema que verdaderamente me importa son los procesos de cambio; en particular el cambio en las relaciones de género y, por tanto, en la sociedad toda. Porque las relaciones de género cumplen un papel fundamental, son estructurales en la transformación social. De allí mi interés por investigar qué factores la movilizan, cuáles la favorecen y cuáles las impiden, cómo lograr que suceda esa transformación. En ese sentido, la Ciencia y la Tecnología me importan muchísimo porque entiendo que son motores del cambio social y económico del presente y del futuro. Ver de qué manera las mujeres participamos orientándolos o dándoles sentido, es crucial.
A decir verdad el lenguaje científico nunca te ha sido ajeno, visto y considerando que varios de tus familiares más cercanos son, en efecto, matemáticos…
– Sí, mi hijo y mi nuera. Y mi madre, que era brillante, una feminista “silvestre” que provenía de una familia muy pobre de Mendoza. Vino a estudiar a Buenos Aires en condiciones de privaciones grandes y se graduó como Matemática aunque luego no haya ejercido. Porque se casó, porque tuvo hijos… Mucho tiempo después, una vez divorciada, sí se desempeñó como profesora de secundaria. Siempre me resultó muy interesante que haya elegido esa carrera, y que mi abuela, otra feminista espontánea, hubiese elegido mandarla a ella a estudiar, teniendo ocho hijos, varios de ellos varones. “¿Por qué mi mamá?”, le pregunté en una ocasión. Y mi abuela, tan intuitivamente empoderada, me respondió: “Porque Elisa era la más inteligente”. No solo no discriminaba; también se oponía cuando otros lo hacían. Pienso que por eso, acaso nunca me causó sorpresa ver a una mujer desempeñándose en Ciencia. Creo también que esa pasión por la Ciencia la veo en mi hijo, quien además demuestra interés en la paridad de género y es consciente de las cuestiones de discriminación.
A pesar de los avances de los últimos tiempos, en una reciente entrevista a la revista Nature, afirmaste que no elegirías ser científica dado el estado de situación actual. Declaración que, por otra parte, no pasó inadvertida y generó cierta controversia.
– Bueno, quise provocar, y lo conseguí (risas). Pero lo cierto es que las jóvenes que entran a estos ambientes se topan con espacios sumamente competitivos y, además, endogámicos: los matemáticos con los matemáticos, los físicos con los físicos, y así sucesivamente. En general, el campo de las ciencias duras, está tabicado en compartimentos estancos. Posiblemente mi respuesta habría sido distinta si existiesen más espacios interdisciplinarios y colaborativos (como ocurre en otros países), con equipos de antropólogos y sociólogos trabajando junto a biólogos y matemáticos, enfocando las problemáticas desde distintas disciplinas.
El interés por la colaboración interdisciplinaria desde una clara perspectiva de género se manifestó tempranamente en tu trabajo. Sin ir más lejos, a fines de los 70s, fundaste el Centro de Estudios de la Mujer (CEM), un espacio pionero en discusión bibliográfica, teoría académica, seminarios, donde se desarrollaban temáticas poco tratadas como “Mujer y dinero”… ¿Qué recuerdos te trae lo que bien podría definirse como un hito en la historia feminista local?
– Fue un momento muy arriesgado, muy gozoso y fundacional, una gran aventura. Con un grupo de compañeras, ya habíamos empezado el trabajo de concientización durante la dictadura, pero muchas debieron escapar al exilio. Entonces hice una cosa muy arriesgada, mirándolo en retrospectiva: el Primer Seminario Interdisciplinario de Estudios de la Mujer. En aquel entonces pensaba que si armaba algo protegida por una institución como el Goethe, estaba resguardada de la barbarie ¡Qué idea loca e infantil! Sin embargo, esa idea, por fortuna, funcionó. A sabiendas de que seguramente todos los/as argentinos/as presentes nos íbamos a autocensurar, le pedí a feministas extranjeras que armaran ponencias que nos permitieran avanzar en temas más polémicos. Y muchas tuvieron la generosidad y solidaridad de hacerlo. Fue una experiencia muy potente. Cuando acabó, vino la pregunta obligada: “¿Ahora cómo seguimos?” Entonces propuse armar el CEM, que tuvo sede en el desván prestado de un amigo en una casona en Palermo. Allí hicimos el primer 8 de Marzo en época de militares, con artistas exhibiendo obra, investigadoras, colegas… Y empezamos a tratar temas que no estaban sobre el tapete, como la situación de las empleadas domésticas y su sindicalización. También desarrollamos un programa bárbaro llamado “Educadoras populares del derecho”, a través del cual formábamos a mujeres de comunidades en conocimientos básicos de derechos femeninos. Luego, se volvían referentes populares en sus barrios, asesorando a vecinas sin recursos, mediando entre ellas y el sistema de Justicia. Eran temas realmente comprometidos.
Y con apenas echar un vistazo a tu hoja de ruta, queda claro que tu compromiso persiste. Hace poquitos meses, tu amiga Florence Howe – escritora estadounidense y cofundadora del sello The Feminist Press- anotaba en su web que te había aconsejado tomarte vacaciones con más frecuencia ¿Le has hecho caso?
– La verdad que… no. Pero, ojo: ¡ella tampoco siguió su propio consejo! (risas)
¿O sea que no has vuelto a la India, el sitio que te desvela?
– He ido en algunas oportunidades, pero tengo que volver pronto, porque es un lugar de armonización profunda, que me hace bien. De todas maneras, ahora prefiero irme a Córdoba.